Ella estaba harta de amar, de que le rompieran el corazón cada vez que lo entregaba. De llorar cada noche al acordarse de todos los momentos que había pasado con él. Cada sonrisa que le había regalado, los besos que le habían hecho estremecerse y todas esas cosas bonitas que le había dicho al oído. Todavía se acordaba de sus labios recorriendo su cuerpo, y de su lengua bailando con la suya. ¿Dónde están? se preguntaba. Todo se había desvanecido. Se había ido para no volver.

Era de esas personas a las que le costaba horrores olvidarse de las cosas malas, se repetían en su cabeza y por mucho que cerrara los ojos no desaparecían. Le acompañaban cada noche. Eran ella y sus recuerdos. Nadie más. Se sentía sola, vacía. Se lo había dado todo, y todo se había llevado.

Nada es para siempre, fue lo último que sus labios pronunciaron... Y como dolía. Dolía porque sabía que era verdad. Cómo le hubiera gustado decir, si nada es para siempre, ojalá pudiera ser tu "nada". Pero era demasiado tarde, se había ido. Jamás se habría imaginado despertarse y ver que él no estaba ahí.

Nunca fue tan breve una despedida, nunca me creí que fuera definitiva, nunca quise tanto a nadie en mi vida... Cantaba hasta quedarse dormida, otra noche más. Otra noche sola.